Menu

Empresas con alma

23/02/2018



Es artículo fue publicado en La Vanguardia el 15 de Octubre de 2018

Es frecuente que muchas compras
de empresas acaben mal. Una compañía con recursos y ganas de crecer compra a
otra para expandirse. La compra puesto que le ve recorrido en su propio
perímetro corporativo. Algunas veces pagan incluso más de lo que valen porqué
ya se sabe que la relación entre valor y precio es compleja. Pasa el tiempo y
los resultados no son los esperados. La empresa comprada se diluye en la
empresa compradora, pero su impacto empequeñece. Algo se rompió en este viaje.
Algo que hacía que cuando la pequeña empresa estaba sola, a pesar de todas sus
imperfecciones, daba mejores resultados que cuando se incorporó a un proyecto
mayor. La empresa compradora pudo comprar recursos físicos, pudo comprar la
cartera de clientes, pudo mantener las mismas personas, pero no pudo comprar y
mantener el alma de la empresa.

No pretendo hacer un tratado
teológico sobre el alma de las empresas. No sabría. Hablamos del alma de la
empresa en referencia a ese intangible que hace que las situaciones cotidianas
de la empresa tengan sentido y que las adversidades se resuelvan por una cadena
de complicidades y de inspiraciones que no pueden ser planificadas. No sabemos
qué es el alma de una empresa, pero detectamos cuando el alma ya no está.
Notamos que ya no es lo mismo. Lo notamos como clientes porqué simplemente nos
sentimos decepcionados, el servicio o producto que percibimos ya no es lo que
era. Lo notamos como trabajadores porqué las formas cambiaron y los resortes
internos del compromiso se alteraron. Lo notamos como accionistas porqué más
allá de los beneficios no sabemos en qué momento perdimos la brújula del
futuro. A veces lo nota también la sociedad cuando algunas empresas exhiben
arrogancia o una evidente falta de sensibilidad ante problemas sociales. El
alma se encuentra más cerca de la humildad que de la arrogancia.

Una empresa es un ecosistema
complejo y frágil. Las empresas no son simplemente un lugar dónde ir a
trabajar. No son solamente una cadencia de vender – producir – cobrar. No todas,
pero algunas empresas son mucho más que eso. Hay empresas que se reconocen en
un porqué, en un propósito que va más allá de una cuenta de resultados. A veces
es la relación que se establece entre las personas que forman  una comunidad que hace las cosas con
honestidad implícita. Hay empresas que tienen su alma en la trascendencia
social con la que saben acompañar su negocio. A veces el alma la alumbra
alguien con un liderazgo que sabe cuadrar un triángulo de visiones,
transiciones y emociones equilibrado.  

El alma de las empresas tienen
mucho que ver con un propósito y con la cadena de compromisos que es capaz de
suscitar. Cada vez hay más empresas que quieren sintetizar una misión que sepa
combinar los beneficios necesarios para sobrevivir con un impacto social
significativo. No se trata de empresas que ganan dinero con un modelo de
negocio y luego, por responsabilidad social, dan una parte de beneficios a una
causa aleatoria. Se trata de modelos de negocio que anidan en su corazón un
resultado que es a la vez corporativo y social, que permite ganar dinero y
mejorar la sociedad a la vez. En empresas con propósitos relevantes parecen más
fáciles los compromisos sostenidos y las almas reconocibles más allá de
campañas de marketing. Soy optimista, veo cada vez más empresas que quieren
afrontar desde su lógica corporativa la solución de problemas relevantes del
mundo. No se trata de menospreciar y sustituir a los estados como hacen algunos
profetas del capitalismo consciente, se trata de trazar complementariedades
desde empresas con propósitos trascendentes.  Es esperanzador que muchos jóvenes con
talento  no quieran acercarse a las
empresas sin alma, que entiendan que invertir sus energías en empresas sin
propósitos significativos es enfocar mal su carrera profesional y su vida. 

Cuando una empresa respira
autenticidad en las relaciones entre personas (respeto, empatía,
autoexigencia), cuando la centralidad del cliente es algo que se vive con
naturalidad,  cuando liderar es servir
sin vehemencias barrocas, sabemos que tiene alma. Sabemos que, sin convocarla,
el alma asiste a las reuniones y se filtra en las decisiones. Por eso, el reto
más grande es crecer mucho y no perder el alma. De las empresas que lo
consiguieron decimos que tienen culturas corporativas sólidas dónde los valores
son algo más que discursos impostados o póster que rezan consignas. En las
empresas consistentes esa alma, esa cultura, se plasma en las agendas. Las
agendas sin alma reflejan empresas sin alma,  inercias sin pulso, rutinas de negocio que se
estrellan ante las primeras disrupciones.

Muchas veces me pregunto cómo
será el alma cuando las empresas tengan un management muy determinado por el
Big Data, la inteligencia artificial, el Blockchain o la robótica. Me resisto a
pensar que el alma de la empresa pueda ser un algoritmo. Me resisto a imaginar
que no resida en una comunidad de talento que no sea una suma de inteligencias
( naturales y artificiales)  que sirvan a
un propósito que permita alumbrar un alma intangible y consistente. No creo en
robots que ruboricen ni algoritmos que nos quiten la angustia. Creo en un nuevo
management con gran  protagonismo de las
nuevas máquinas inteligentes pero sin desplazar la centralidad de las personas.

Nuestro reto es hacer que las
nuevas start- up llamadas a cambiar el paisaje empresarial, esas con alma fresca
y natural sepan crecer mucho sin perder ese perfume profundo que impregnó sus
propósitos iniciales. Que el éxito no perturbe el propósito.  Que la tecnología no sepulte el alma.

( La imagen es de una obra de Andrea del Castagno)