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Universidad y autoexigencia

07/01/2018





Este post fue publicado en Sintetia el 31 de octubre de 2017

En las universidades hay mucha
gente de talento. No se les escapa que el buque de la disrupción quizás haya
zarpado ya para la educación superior. Pero hay que ser prudente la resiliencia
de la universidad como institución es importante y la resistencia al cambio de
las comunidades universitarias acostumbra a ser muy elevada. Aún y así, los que
quieren ver, evidencian que algo serio debe cambiar cuando el conocimiento al
que tiene acceso la humanidad se duplica en meses. Lo único serio que ofrecer a
los estudiantes es aprender a aprender ( y a desaprender).

La universidad en la que se
formaron y empezaron a trabajar la mayoría de profesores de muchas
universidades era aquella en la que los estudiantes se formaban para ejercer un
oficio que en ocasiones era sancionado posteriormente por un colegio profesional
dando una cobertura corporativa perfecta. Ahora los licenciados de una
universidad saben de dónde vienen ( lo que han estudiado) pero no saben a dónde
van. El mundo profesional está en una transformación absoluta, se viene el
trabajo líquido, es decir una porvenir de cambios constantes en el que muchas
personas alternaran períodos trabajando en empresas, con otros de free-lance,
con otros de ensayos emprendedores. La universidad es un espacio 100% estable,
con profesores que hagan o no hagan estarán allá toda la vida, todo lo
contrario de lo que espera a sus estudiantes.

Este esquema de universidad era
ideal para cuando el mundo era un paisaje complicado, dónde lo importante era
aprender a resolver problemas en un esquema de conocimientos estable. Pero
ahora el paisaje ha cambiado por completo. Vivimos en un paisaje de
complejidad. La complejidad produce dilemas igual que la complicación producía
dilemas. Las percepción de la realidad es compleja porqué la capturamos desde
herramientas que nos permiten conocer mucho mejor las interacciones entre los
componentes de cualquier material, maquinaria o ecosistema. Esta aproximación
desde la complejidad permite enormes avances y cambios acelerados en los
perímetros de todas las áreas de conocimiento. Además a mayor complejidad mayor
necesidad de construir soluciones híbridas. 
La hiperespecialización , tan recomendable para la complicación,
evidencia muchos límites ante al complejidad. Los neogeneralistas, los que
buscaron construir un perfil T- shape, se mueven mejor en tiempos de
hibridación y de grandes cambios 
tecnológicos, económicos y sociales muy acelerados.

La universidad debe afrontar la
complejidad y debe asumir los dilemas que ella comporta de un modo distinto. Estos
dilemas apuntan al corazón de su misión, proveer valores, talento y
conocimiento a las sociedades a las que sirve. Las universidades viven el
dilema de la uniformidad en la formación de sus estudiantes como antes o la
flexibilidad y personalización total de los currículos. Seguramente antes las
universidades era expendedoras de títulos que en el futuro serán menos
necesarios cuando tecnologías como el Blockchain den una trazabilidad tan
fiable y más detallada de las trayectorias de aprendizaje de los estudiantes a
los largo de su vida. Los títulos permanecerán a pesar de que grandes empresas
dejarán de utilizarlos como filtro de captación para su talento. Otro dilema
central será qué conocimientos transmitir a los alumnos ( sabiendo que muy
fácilmente serán obsoletos) o si bien deben centrarse en aprender a aprender
para los egresados puedan afrontar a lo largo de su vida retos basados en
conocimiento que no existían cuando pasaron sus pregrados.
                                                
Algunos dilemas.


1.     Mantener unos contenidos
estáticos vinculados a las pautas acreditación o adaptar constantemente los
conocimientos en función de su evolución constante.
2.     Formar para la
hiperespecialización o formar para aprender a aprender.
3.     Ser regionales o ser globales (
adoptar formas académicas transnacionales para proveer una formación lo más
global posible a sus estudiantes).
4.     Ser muy sociales y no ser
rigurosos con la excelencia, o apostar por la excelencia a riesgo de aparecer
como elitistas
5.     Ser muy exigentes con los
alumnos ( modelo Flipped boeard class) y por consiguiente también con los
profesores o aceptar un dedicación discreta de los estudiantes.
6.     Aupar los propios doctorandos a
plazas de profesor ( endogamia asegurada) o apostar por una meritocracia dura (
no contratar ningún doctorando de la universidad hasta al cabo de unos años y en
el marco de la competencia internacional)
7.     Plegarse a multiplicar la
normativa propia y la de la administración o emprender un camino radical de
desburocratización. Burocracia o Agilidad.
8.     Apostar por el máximo consenso o
bien apostar por la máxima diferenciación posible.
9.     Repartir los recursos de la
universidad igualitariamente para todos o repartir parcialmente los recursos en
función de los resultados.
10. Estrategia o planificación.
11. Corporativismo (inercias del
statu quo) o innovación.
12. Mantenerse en el paradigma de la
complicación ( enfrentar problemas) o abordar el nuevo paradigma de la
complejidad ( enfrentar dilemas).
13. Ver a los alumni como
potenciales clientes esporádicos o ver a los alumni como personas necesitadas
de cubrir transiciones profesionales frecuentas y complejas.
14. Considerar el Big Data y la
Inteligencia Artificial un campo de estudio o considerarlo como herramientas
clave para cualquier docencia o investigación de calidad.


En esta universidad de los
dilemas hay gente que no sigue, que dimite de la alta autoexigencia que supone
adaptarse a un conocimiento que cambia aceleradamente y a unas tecnologías que
reescriben la relación de las personas y las máquinas. Lo peor para un profesor
es del día que pierde la pasión por aprender.¿ Cómo estas personas despojadas
del anhelo de estar al día pueden trasladar a los estudiantes aquello que es
fundamental para su vida: aprender a aprender? Fuera de focos, en
conversaciones privadas, muchos directivos universitarios están preocupados por
esta franja de profesores que se acomodaron ( no es cuestión de edad, es
apego  a la zona de confort).  Protegidos por sindicatos de corporativismo
rancio, algunos profesores transitan por la universidad ocultado su dimisión de
aprender con gran actividad política. Quizás no investiguen, pero acostumbran a
ser creadores compulsivos de normas. Cómo si haciendo norma sobre norma
quisieran levantar un muro al tsunami de cambios que nadie puede esconder.
Nadie los va a echar, pero el daño que hacen a la institución es enorme. Todos
saben quien son, pero la universidad no es de señalar.  No es cuestión de la edad, es cuestión de
escoger entre zona de confort o compromiso y autoexigencia.

Por suerte hay otra cara de la
universidad. El talento que, en cualquier edad, lo da todo. Son los que ven sus
vidas como transitando por la larga carretera que es el aprender y son esos que
invitan a sus alumnos a recórrela un tramo con ellos. Dan clases magistrales
pero sobretodo son un ejemplo magistral. Son esos profesores que saben que la
humildad es el sendero a la sabiduría, igual que la arrogancia es un pacto con
la mediocridad a medio o largo plazo. Hay gente que todo lo hace bien y dejan
huella ( dan clases memorables, investigan, publican, divulgan son capaces de
trabajar con empresas ).  Están a las
antípodas de los que exigen que se les motive para todo. En la universidad
anidan verdaderos maestros y son los que, casi sin tiempo de asistir a los
claustros, la rescatan de la mediocridad.

La diversidad de talento que hay
en una universidad solamente es comparable a la diversidad de sus esfuerzos.
Hay gente sabia y muy autoexigente que convive con gente que dimitió de
cualquier aspiración de excelencia y hace lo mínimo ( y en algunas
universidades lo mínimo es para sonrojarse).

La universidad tiene un futuro
enorme si sabe resolver sus dilemas del lado de la exigencia de los tiempos.
Estar del lado de la exigencia de los tiempos requiere más de liderazgos
transformadores que de asambleas dónde solamente se perfecciona la queja y
nunca se enarbola la autoexigencia. Ante lo que viene, que no es poco, muchas
universidades se bloquearán a sí mismas. Enfilaran la estrategia de la queja
continua, estructural. Cuando quieran afrontar los dilemas de nuestro tiempo de
complejidad, ya será tarde. Se producirán con grandes prosopopeyas pero serán
provincianas y mediocres. Dirán que hacen una apuesta por la proximidad,  por lo social, por lo inclusivo. Serán cada
vez más insignificantes. De la única forma que una universidad puede servir a
su comunidad es desde la autoexigemcia y la excelencia, nunca desde la
endogamia y la mediocridad.

La mediocridad en la universidad
es una decisión colectiva cómoda. Por el contrario afrontar la nueva
complejidad es emprender una ruta de gran autoexigencia colectiva. Sin
autoexigencia no hay adaptación.

(La imagen pertenece a una obra de Jan Van Eyck)