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Empresas: esquivar la mediocridad

05/03/2017




Este artículo se publicó en La Vanguardia el pasado 11 de febrero de 2017

Cuando hablamos de mediocridad
lo primero que hay que hacer es tener un espejo cerca dónde mirarnos. El riesgo
de ponderar mediocremente sobre la mediocridad es altísimo. No me atrevo a
hablar de la mediocridad en el arte, menos en las personas, pero me gustaría
ensayar una aproximación sobre la mediocridad en la empresa, sabiendo, por
experiencia propia, lo que supone desplegar una empresa que no calce un zapato
y una alpargata reiteradamente.

Una empresa es básicamente
mediocre cuando es incapaz de deleitar a
sus clientes
. La falta de atractivo o de calidad es un factor clásico de
mediocridad. Una empresa es mediocre cuando el valor que crea para sus clientes
se aleja de la excelencia y se pierde en lo anodino. La commoditización de las
empresas es un gran riesgo de mediocridad. La empresa indiferenciada a ojos de
sus clientes vive en el abismo de la mediocridad, del sí pero no constante.

Una empresa es mediocre cuando
las inercias pesan más que la ilusión por adaptarse a los contextos cambiantes. Cuando el futuro es simplemente una
prórroga del pasado. El escepticismo militante de muchos directivos ante lo
nuevo acaba normalmente en propuestas  de
valor continuistas, en innovaciones de ni fu ni fa, en soluciones a medio
camino. Esas empresas que lo saben todo, a la que nadie puede enseñar nada a
sus directivos corren un gran riesgo de que los viejos éxitos se les queden en
las manos ante propuestas radicalmente nuevas. Hoy nadie está a resguardo de la
disrupción. Y la disrupción la protagonizan nuevos entrantes que no tienen nada
que perder y buscan construir propuestas que mejoren mucho la experiencia de
los clientes.

Una empresa es mediocre cuando
sus líderes son mediocres ( gente que se sirve más que gente que sirve).
Líderes que expresan valores caducos y formas que no ayudan a sacar nada bueno
de los que les rodean. Una empresa es mediocre cuando la concentración de
profesionales tóxicos es mayor que la media. Las empresas mediocres tienden a
ser complicadas porqué se llenan de gente complicada. Lo mediocre es mirarse
demasiado a sí mismo. Drucker decía que las oportunidades están siempre fuera. Hay
directivos que tienen su ego como perímetro prioritario. Nada más mediocre.

Una empresa es mediocre cuando
sus resultados son sostenidamente mediocres. No todas las empresas puede tener
el Ebitda como Apple, pero una empresa que saca sistemáticamente malos
resultados, o cierra, o sobrevive en la mediocridad. No hay empresas que
parezcan más mediocres que esas que se quejan por todo, que asumen la queja
como cultura corporativa. En las empresas, a veces, hay que ganar
contundentemente.

Una empresa tiende a la
mediocridad cuando se aísla de la sociedad dónde habita. Cuando no entiende que
ser inclusivo es hoy más estratégico que nunca. Una forma brillante de esquivar
la mediocridad es procurar combinar buenos resultados económicos con un ouput
social tangible, relevante, y si puede ser, pegado al propio negocio. Por el
contrario, hay empresas con una mediocridad moral insoportable.

Una empresa intenta huir de la
mediocridad cuando hace de la innovación y el emprendimiento una forma de estar
de las personas en las empresas y de las empresas en la sociedad. La innovación
no es fácil pero en un mundo como el nuestro, sin adaptación, sin
diferenciación y sin explorar constantemente cómo crear más y mejor valor para
los clientes es difícil sobrevivir. La innovación es actualmente una forma
tanto o más plausible de servir a la estrategia que la planificación rígida.

Cuando una empresa pone a su
cliente en el centro y se organiza para deleitarle está haciendo todo para no
caer en la mediocridad. Cuando es capaz de estructurarse para servir al cliente
desafiando sus propias inercias y ortodoxias. Y además hay que desafiarlas
rápido. Constatamos como en muchas empresas las burocracias han secuestrado la
agilidad haciendo que cualquier cambio sea lento y sinuoso. Para esquivar la
medianía hay preguntas trascendentales que se deberían convertir en cotidianas,
una de ellas es: ¿qué van a necesitar nuestros clientes que todavía no nos
sepan expresar ? Hacerse las preguntas y responderlas e implementarlas  con agilidad.

Una empresa intenta esquivar la
mediocridad cuando crea una comunidad de personas de la que valga la pena
forma  parte. Por talento y por talante.  Un espacio libre de desmotivación y de
tonterías. Un espacio dónde crecer acompasadamente en términos corporativos y
personales no sea un trade off. La empresa no es una guardería, no es un rancho
paternalista, pero es una espacio de personas que deben poder balancear su
compromiso corporativo con su deseo de prosperar personalmente.

Una empresa esquiva la
mediocridad cuando es auténtica. Cuando no hay espacio para el paripé
institucionalizado.   La autenticidad es la nueva competencia
diferencial de las empresas.  Existen
demasiadas empresas dónde la artificialidad puebla sus relatos y copa sus
reuniones.  La autenticidad es el código
no escrito de las empresas que aspiran a perdurar y a crear cosas relevantes
para su negocio y para el mundo. El mapa de procesos de la autenticidad no
tiene ISO que la sostenga, anida en este espacio fundamental entre la
racionalidad, la emocionalidad, el esfuerzo y la pasión que hace que algunas
empresas sean construcciones sociales que alumbren un mundo complejo. La
autenticidad no es una asignatura de ninguna escuela de negocios pero es la
revolución tácita que necesitamos para desplegar empresas de las que sentirse
parte orgullosamente. La autenticidad es el primer mandamiento para esquivar la
mediocridad.


La imagen es un detalle de San Jerónimo de El Greco