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El riesgo de la mediocridad

15/05/2015

Post publicado en  Sintetia  el 1 de mayo de 2015
El
principal rasgo de la empresa mediocre es su falta autenticidad. Falta
autenticidad en el trato a los clientes. Falta de liderazgos auténticos.
Jerarquías que pesan más que los argumentos y jefes de los que ya nadie aprende
 por qué optaron antes por la arrogancia
que por la necesidad de reaprender. Organizaciones en las que pensar en grande
molesta por qué pone en evidencia. Consejos de administración que ya solamente
saben leer números. Empresas en las que hay más gente procrastinando que
creando. Empresas en las que la inercia acaba en indolencia y en las que las
ortodoxias derrotan siempre a las dudas. Estas son empresas mediocres,
envueltas en su bucle, en las que el talento cada vez quiere estar menos. Las
empresas mediocres creen que a la gente de talento solamente le interesa el
dinero y no entienden que lo que les interesa sobretodo son espacios dónde
continuar desarrollando su talento. La mediocridad es un la anteposición de los
límites, la definición perfecta de los imposibles, la entronización del
presente como todo horizonte. Una empresa es mediocre cuando la media de sus
profesionales son mediocres, son poco generosos, son críticos solo con los
demás, les importan poco los proyectos, les importan relativamente los
clientes, se importan básicamente a sí mismos.
Como
dice el gran Jorge Wagensberg, la mediocridad es una decisión personal (http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/30/babelia/1419955867_296087.html
). En las empresas, en las instituciones, en las universidades, pasa lo mismo.
La mediocridad es una decisión, tomada por sus líderes o aprobada
clamorosamente en asambleas, pero es una decisión. La omisión es una forma
habitual de decisión sobre la militancia en la mediocridad.
Y ¿cómo
huir de la mediocridad? ¿Cómo romper esa regla por la que talento atrae talento
y mediocridad atrae mediocridad? Pues empezando por uno mismo. Buscar nuestra
autenticidad en nuestro entorno personal y en nuestro entorno corporativo. No
hay nada más mediocre que esperar que le rescaten a uno de su propia
mediocridad. Salir de la mediocridad requiere actitud, esfuerzo y fomentar  una espiral infinita de aprender – desaprender
– reaprender. Salir de la mediocridad empieza por no abonarse  a las quejas fáciles ni la autocomplacencia.
Lo que marca la línea de flotación de la mediocridad es la actitud ante el
aprender, tanto personalmente como corporativamente.
La
búsqueda de la excelencia (todavía es útil leer a Peters y a Waterman) , la
cultura innovadora, la preocupación por el desarrollo de las personas,  una concepción del liderazgo basado en visión
y servicio, una misión que abrace a la vez a la empresa y a la sociedad,  y sobretodo un compromiso por la autenticidad,
son factores que nos previenen de la mediocridad. En un mundo VUCA como el
nuestro, huir de la mediocridad no es huir de la complejidad sino ensayar
ágilmente nuevas síntesis que nos permitan explorar sin parar. Las empresas
mediocres solamente saben explotar, las empresas de talento saben explotar sus
negocios y explorar el futuro a la vez.
Todo
el mundo que sostiene una empresa merece mi máximo respeto, puesto que no tiene
nada de fácil. Pero a partir de ahí, hay empresas que nos inspiran, que nos
interpelan, que nos hacer ser mejores y otras simplemente que no, que aunque
sepan ganar dinero, seguirlas nos hundirá en la mediocridad.
La
mediocridad esta hecha de elecciones. De escoger cómo aprendo, a qué empresa aspiro
a trabajar o cómo quiero que sea la empresa que quiero impulsar. También de la
visión que elijo para mi mismo y qué pienso que debe ser mi empresa. El manejo
de la  mediocridad está siempre en
nuestro tejado y depende de nuestras decisiones y de nuestros resultados ( más
que de nuestras palabras). Que sepamos ahuyentarla o que, cómodamente, nos
instalemos en ella, depende de nosotros. Y esto es lo que duele. 
(La imagen pertenece a una obra de Alessio Baldovinetti)