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Esas arrogancias que nos acechan

16/08/2014

Decía
Drucker que hay que ser intolerantes con la arrogancia y repetía el término
intolerante para subrayarlo. “That means you
have to be intolerant of intellectual arrogance. And I mean intolerant
( Entrevista de Mayo de 1.993 en la Harvard Business Review http://hbr.org/1993/05/the-post-capitalist-executive-an-interview-with-peter-f-drucker/ar/1
) 
Y es que la arrogancia
solamente nubla desde una supuesta altura. La arrogancia nos aleja de esa
porosidad que a veces permite aprender de dónde o de quién menos imaginábamos.
Además está la falta de respeto. La desconsideración de pensar que los demás no
van a aportar nada. El éxito alimenta la arrogancia tanto que algunos ni,
cuando después fracasan, se curan. La altivez que a muchos les confiere el
éxito es el virus de su propia decadencia. La desmemoria de los orígenes es una
mala praxis, también en el management.
Está
la arrogancia del dinero. Tener
dinero no es tener razón. Si fuera así, Kodak todavía sería el rey de la
fotografía o Sony nunca habría cedido el liderazgo a Apple o Samsung. Está la arrogancia intelectual de confundir la
profundidad con la amplitud, de imaginar haber escrito el fin de la historia de
algo. De creer que en nuestra empresa ya se ha pensado todo lo que puede
pensarse en nuestro campo y de abrazar el escepticismo y la desconfianza ante
el “no inventado aquí”. O la arrogancia de los que creen que para que una cosa
sea sólida debe ser incomprensible. Decía Drucker al respecto en la misma
entrevista en la HBR : “una de las tendencias más degenerativas de los últimos
cuarenta años es la convicción de que si eres comprensible, eres vulgar”. Está
la arrogancia de la dimensión.
Piensan “Somos demasiado grandes para caer”. Pero ahora Motorola está dispersa
entre Google y Lenovo. Pero Leman – Brothers… El mundo ya no es inalterable.
Grandes y pequeños se enfrentan a sus retos de innovación, agilidad y
posicionamiento. Está la arrogancia del
poder
. La que practican los que creen que el mundo no da muchas vueltas,
los que cometen la insensatez y la falta de prudencia de despreciar. La
arrogancia que practican los que no entendieron que liderar es servir y no
servirse. Los que entienden el porqué en las últimas grandes empresas nacidas
en Silicon Valley siempre hay un inmigrante de primera generación.  Está la arrogancia
geográfica
. La de creer que hay zonas naturalmente superiores para hacer
negocios o para crecer como personas. El siglo XXI no es el siglo XX, ni mucho
menos el XIX. La distribución del poder en el mundo cambió y muchas antiguas
colonias comprarán las empresas de sus antiguas metrópolis. La globalidad da
lecciones de humildad. Y finalmente, está nuestra arrogancia interior. Esa que a veces se nos escapa si no militamos
sinceramente en la humildad y que nos lleva a proyectar poca empatía con unos
clientes o que nos hace desmotivar a los colaboradores con un comentario
desafortunado, impropio. Y el inventario de arrogancias no termina aquí, hay muchas más.

Los grandes de verdad desprenden una humildad no
impostada por qué la viven cómo la forma más natural de aprender y de crear
equipos. No necesitan ser arrogantes ni para liderar ni demostrar que no
fracasan nunca. Madurar es exiliar la arrogancia. Es construir desde la
trayectoria una fórmula personal que compadezca humildad con ambición y
cercanía con convicción. La humildad es un reto que no se agota nunca, ni se
exhibe, simplemente se vive.  El éxito,
la riqueza o el  conocimiento mal
digeridos pueden llevar a la arrogancia, pero la sabiduría no. 



(La imagen pertenece a una obra de Pinturicchio)