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Crecer sin perder el alma

06/01/2012

Las
empresas que defienden una propuesta de valor que sostenidamente es percibida
como auténtica por un círculo de clientes tienen la lógica tentación de crecer.
No se trata solamente de una ambición natural, se trata de que las empresas van
hacia arriba o van hacia abajo, no están mucho tiempo planas.
La
capacidad de crear oportunidades conlleva el gen del crecimiento. Crecer quiere
decir ampliar equipos,  desplegarse en
nuevos mercados,  estirar los
automatismos hacia otra dimensión, 
seguramente especializar gente y proceso o verticalizarse para buscar
eficiencias en nuevas escalas. Crecer es un desafío enorme que comporta
afrontar un reto decisivo: crecer sin perder el alma. Es decir,  crecer sin perder referentes, sin diluir el
compromiso,  multiplicando el talento al
ritmo de la facturación,  manteniendo
esos vínculos intangibles que permiten percibir la empresa como una comunidad
con trayectoria y con proyecto. Crecer sin dejar de sentir que hay un
acompasamiento  entre el crecimiento
corporativo y el de las personas. Crecer leyendo bien los nuevos contextos y aquilatando los nuevos riesgos.
Crecer
sin perder el alma.  Me lo repite un
payés emprendedor, un empresario rural extraordinario que sabe combinar global
y local, que no quiere dejar que el éxito se le suba a la cabeza, que no quiere
crecer por crecer, que prefiere sentir el alma a crecer, pero que no quiere
cerrar la mirada a las oportunidades. Me lo dice un alma de empresa que
entiende el crecer  como un proceso de
maduración natural.  Y semanas después,
continuo pensando en ello, aprendiendo de sus palabras dichas con zapatillas y
al calor de una chimenea alimentada generosamente.  Pienso en las empresas que conozco y busco
los momentos y las personas que certifiquen su alma. 
(la mirada pertenece a una obra de Raffaelino del Garbo)