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Curas de humildad profesional

25/07/2011

En la vida profesional nos vienen muy bien las curas de humildad. Constituyen ejercicios saludables a no ser que la arrogancia nos nuble y nos impida aprender. La arrogancia es el mal de altura de muchos directivos que empezaron francamente bien y, por supuesto, tuvieron éxito. Las curas de humildad son muescas en nuestro termómetro interno, señales que podemos escuchar o simplemente despreciar. Curas de humildad relacionadas con:
1. Reconocer haber tardado demasiado en admitir un fracaso con el riesgo de convertirlo en un error, o peor todavía, en un ridículo.
2. No escuchar por sordera de ego. No aprender sinceramente de gente que empieza, que tienen menos contexto, menos experiencia, pero un conocimiento fresco muy valioso, menos viciado de inercias y expresado con mucha ilusión.
3. Conseguir entrar en una gran empresa por la puerta pequeña, por algún subalterno después de haber probado la venta por las alturas.
4. Equivocarnos en valorar a alguien por apariencias (la dimensión de su empresa, por el país de origen o el cargo de su tarjeta) y resultar luego de un interés real mucho mayor que personalidades rimbombantes.
5. Purgar el no haber compartido suficientemente méritos con aquellos que debíamos hacerlo, por olvido o por cálculo, o por una mezcla estúpida de las dos cosas.
6. Admitir cuando reconocemos tarde y mal trayectorias sólidas de las que aprender mucho. Admitir cuando estamos ante trayectorias cortas de gran potencial. Admitir el talento ajeno es propio de gente con talento.
7. Dedicar poca atención a alguien, mitad fruto del día a día y mitad fruto de no priorizarlo, para luego encontrarlo como un decisor relevante y poner en peligro una oportunidad.
8. Arrepentirnos por no aprender a disculparnos a tiempo. La vida profesional nos fuerza a la toma fugaz de decisiones. A veces nos equivocamos, simplemente.
9. Trasmitir, quizás involuntariamente, que nos sentimos más importantes que nuestros clientes.
10. Haber olvidado en algún caso que la vida da vueltas, y algunas vueltas son caprichosamente sinuosas.
No hay que ser falsamente humilde. Hay que saber valorar la propia trayectoria y conquistar la madurez suficiente como para encajar las curas de humildad como una gran oportunidad de aprender, como una ocasión para recuperar los valores que permitieron crecer gracias a aprender y no gracias a pisotear.
Los grandes de verdad que he conocido, me han sorprendido por su humildad.
(la imagen es de Duccio di Buoninsegna).