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Poner un futbolín en la oficina y creerse Google

09/06/2011

Hay quién cree que innovar es practicar una liturgia consistente exclusivamente en crear en base a convocar ideas en entornos inspiradores. Poder escribir en las paredes o hablar desde sillas psicodélicas. Para ellos, la innovación sucede entre happenings y brainstormings de gente “décontracté”. Como aquelarres corporativos sin corbata.

Sin condenar los ritos de la creatividad, al contrario, reivindicando la lateralidad y la mente abierta como condiciones para que fluyan nuevas ideas, defiendo que las ideas son la parte más inicial y quizás la menos complicada de la innovación. Son la chispa inicial (lo cual no es menor, sin ello no empieza el proceso) pero no son su sustancia. Son condición pero no son resultado.

Innovar es observar, crear, pensar, compartir oportunidades, construir soluciones nuevas, desarrollar modelos de negocio, diseñar procesos, probar, arriesgar, tomar decisiones comprometidas de inversión y hacerlo con el mejor talento posible. Puede ser muy divertido, se trabaja mucho y se asume un gran compromiso. Puede ser emocionante incluso cuando se fracasa. Es sobre todo, un proceso de cambio orientado a dar resultados desde nuevas soluciones.

Pero, no por poner un futbolín en la oficina vamos a ser Google.

(El fragmento es de Botticelli)