Una empresa es la suma de muchas funciones. A veces alguien, con gran voluntad evangelizadora, presenta soluciones desde una esquina como si se tratara de la única avenida posible, y nos vende la estrategia, la innovación, el liderazgo, el Six Sigma, la comunicación o lo que convenga, como la tabla de salvación integral. No dudamos que lo haga con la mejor fe. Pero las organizaciones son algo complejo que atiende a más de un factor simultaneamente, funcionan cuando el juego de equilibrios predomina y mitiga la tendencia natural a la descompensación. Así, la innovación debe estar alineada estratégicamente, el liderazgo conferir visión, el sistema de información ofrecer indicadores de impacto para un cuadro de mando efectivo, el marketing debe coordinarse con operaciones, en un amplio y poliédrico etcétera que busca un resultado en forma de valor sostenible. Si uno se pone a hacer la lista parece que hay que desarrollar tantas cosas bien que es imposible alcanzarlas todas (como de hecho reflejan cuestionarios EFQM). Las organizaciones no acostumbran a funcionar como un reloj pero pueden ajustarse notablemente y dar muy buenos resultados. ¿De qué depende? De que una comunidad de personas compartan un proyecto o simplemente compartan un trabajo. De que la gente encuentre y confiera sentido a lo que hace.
(La imagen es de Raffaello)