Nada porqué no hemos inventado la innovación, que es muy vieja. El otro día Xavier Kirchner nos recordaba una cita del Príncipe de Maquiavelo (1513) sobre las dificultades del innovador: “Pues debe considerarse que no hay nada más difícil que emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas. El origen de esta tibieza es por un lado, el temor a los que tienen de su parte la legislación antigua, y por otro, la incredulidad de los hombres, que nunca fían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos”. También podríamos relacionar fácilmente los preceptos de Francis Bacon a principios del siglo XVII sobre la finalidad del conocimiento (dominar la natura) con nuestras modernas proposiciones sobre transferencia de tecnología. Igualmente sería fácil recordar textos de Schumpeter o de Drucker de más de cincuenta años atrás que nos parecerían rabiosamente contemporáneos. Y no acabaríamos con las analogías. Quizás lo más nuevo de la innovación que nos toca vivir sea el esfuerzo de sistematización como base de la competitividad de las organizaciones.
Después de la innovación vendrá otra forma de expresar el esfuerzo por crear algo nuevo que nos permita la diferenciación, que se adecue a los nuevos contextos, que nos aporte competencia y nos dé ventaja, quizás enfatizando acentos o enarbolando metodologías que nos los hagan percibir como un nuevo paradigma. Algo que nos motivará y nos hará sentir protagonistas de nuevas batallas basadas en valores que no son nuevos pero que los viviremos como una renovada forma de fundamentar el futuro en la virtú más que en la fortuna, para decirlo de un modo renacentista.
La innovación forma parte de la mejor herencia, eso sí.
( La imgen es de E. Le Sueur)