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Huérfanos de oficio

21/08/2010

Siempre he pensado que el cambio profundo es un estado forzado, de natural, tendemos a la estabilidad profesional, a buscar espacios de seguridad, inercias de desarrollo personal, rutinas repetitivas que nos eviten el esfuerzo de reinventarnos continuamente. Para nuestras generaciones el valor de la estabilidad profesional es un valor precario. Para nosotros el concepto de oficio es relativo.
Mi abuelo materno, tenía oficio: era tejedor. Su vida profesional en cierto modo fue una excepción. Era un tejedor de Alcoi que en los años veinte emigró a Liverpool y posteriormente cerca de Lyon. Buscaba mejorar sus condiciones de vida. Siempre he admirado su decisión y valentía en estas apuestas profesionales. Finalmente recaló en Terrassa, poco antes de la Guerra Civil. Siempre ciudades textiles laneras. Siempre el mismo tipo de fábricas. La misma tecnología. La misma destreza. Pies cansados, habilidad en las manos, ruido ensordecedor de las lanzadoras del telar.
Mi abuelo paterno tenía oficio: era contable. Lo hizo en fábricas de sectores distintos e incluso en la cooperativa agraria local, siempre empleado en la lógica del despacho, de los libros mayores, de llenar los sobres con las semanadas, de cobros y de pagos. Siempre en la misma ciudad.
Cambiaron de fábrica pero no de lógica, tuvieron que aprender pero no se vieron forzados a desaprender. Eran gente comprometida con su oficio.
Mi padre estudió y tenía oficio: fue teórico textil en una fábrica pequeña la mayor parte de su vida. Trabajó muchísimo, siempre en la misma ciudad. Con mi madre, que tenía el oficio de urdidora, pusieron un urdidor y así completaban la renta familiar. Mi padre cambió a una gran empresa – otra dimensión, otros métodos – pero no tuvo tiempo de desaprender. Llegó la gran crisis textil de los ochenta y cerraron todas las fábricas grandes de mi ciudad. Miles de personas quedaron huérfanas de oficio, de una forma de entender la vida y el trabajo. Mi padre acabó sus años con un comercio de confección. La nostalgia del oficio se le notaba cuando frotaba la ropa con las manos y escrutaba la composición de las fibras por el tacto.
Nosotros hemos cambiado un oficio, fácil de reconocer y de insertar en una lógica profesional, por algo mucho más difuso. Nosotros esgrimimos trayectorias, perfiles, competencias. Nos hacemos constantemente. Lo mejor que podemos argüir es nuestra destreza en aprender y en desaprender. Nuestro concepto de estabilidad se refiere menos a un oficio para toda la vida en pocas empresas y se vincula más a la propia capacidad personal de generar un currículum diferencial que sea atractivo a proyectos diversos o nuestra propia capacidad de emprender. La estabilidad depende más de cada uno que de las organizaciones con las que trabajamos o colaboramos. Nuestro oficio es ser nosotros mismos, profesionalmente hablando.
Huérfanos de oficio, abrazamos nuestro esfuerzo, nuestra tenacidad por aprender e inventarnos varias veces. Cada vez que nos incorporamos a un proyecto tenemos la oportunidad de innovar en nosotros mismos. Movemos nuestras competencias a golpe de proyectos, a veces en empresas, a veces en nuestra propia empresa, a veces en la función pública.
Al final nos queda un relato distinto, menos lineal que el de un oficio de los de antes, más diverso, más arriesgado pero también preñado de muchas más oportunidades. Ahora no es fácil, pero creo que antes era más difícil. No hay motivo de queja.

(El detalle es de Simone Martini)