Las organizaciones acumulan experiencia, conocimiento a través de las personas. Es su activo más significativo. Algunas de estas personas acumulan largas trayectorias, cual guerrero curtido en mil batallas. Han dedicado tiempo a los retos y han tenido éxitos y algunos fracasos. La idea de mejorar gracias a ideas y estímulos que puedan venir de fuera la organización no les seduce, creen que les marearán y no les aportarán nada significativo. Su expertise es su inercia. Pero los contextos cambian muy rápidamente y la habilidad en combinar conocimiento y en innovar puede ser estimulada desde el contraste externo.
Chesbrough insiste en la idea de que ninguna organización tiene todo el talento sobre un ámbito determinado, más bien sucede lo contrario. Abrirse es un ejercicio interesante que se debe gestionar eficientemente y orientarlo a resultados. La innovación abierta nos puede aportar más rapidez al mercado, nos puede generar más innovación disruptiva o nos puede abrir vías para hacer más eficiente la innovación.
A veces el síndrome de “y a mí esos que me van a contar” es un reflejo de una forma poco eficiente de abrirse pero a veces esconde simplemente arrogancia. Y la arrogancia ha hundido a muchas empresas. A las grandes grandes fábricas textiles de mi ciudad nadie les podía contar nada y han cerrado todas, pero en cambio existe Inditex en un lugar sin tradición textil significativa como Galicia. Hay que apostar por abrirse eficientemente y hay que incorporar detectores de arrogancia a cada esquina corporativa. La arrogancia no es una muestra de superioridad es la debilidad que antecede al fracaso.
(la imagen continua siendo de Vittore Carpaccio)