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Arrogancia

05/03/2010

La arrogancia es mala para los negocios. Las grandes compañías pierden oportunidades si tratan con desprecio a las más pequeñas, la historia del management está llena de fracasos por arrogancia. Las personas arrogantes que no atienden los mails, que filtran las llamadas hasta la desconsideración, que lanzan convocatorias competitivas para conceder saludos, no son más importantes, son simplemente arrogantes. Algunos tiñen la arrogancia de dinero (nuevos ricos), otras la presentan como resultado natural de la estirpe y otros con un empacho de cargo, otros como una extensión sofisticada de su inteligencia. Ayer me llamó un amigo editor al que empiezan a ir bien los negocios y comienza a codearse con lo más granado. Me insistía en que no se presentaría con falsa humildad pero que nunca haría oposiciones a arrogante. Y lo creo. Uno puede estar orgulloso de la suma de éxitos y fracasos de su trayectoria pero cuando la trayectoria se arroja con arrogancia entonces es una barrera a lo nuevo, a aprender, es una sobredosis de sí mismo. Hay muchos arrogantes en los negocios, en la universidad, en la política, en la vida, normalmente no son los más importantes aunque por descontado se creen los más importantes. Para ellos el mundo es simplemente la coreografía de su destino.
Admiro la gente a la que la trayectoria cambia, la hace madurar, le permite nuevas perspectivas que le hacen variar de opinión y le amplían el mapa de sus relaciones pero evitan la arrogancia. Continúan dando valor a los detalles, reconocen equivocarse, saben mantener el tipo en situaciones que no les son cómodas y no olvidan que el mundo da muchas, muchas vueltas. Por suerte, también hay muchos profesionales que militan contra la arrogancia, que apuestan por ser gente de trato fácil (easygoing) y no se saben el centro del mundo ni cuando sienten el calor de los focos. Es en ellos, en los que la humildad no es una pose, cuando percibimos su sólida importancia.

(el retrato es de Van Dyck)