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Líderes que no lo fían todo al consenso

09/02/2010

A veces una fe roussoniana nos lleva a buscar el consenso como la vía idónea de solucionar los conflictos de intereses. Sin duda, el consenso es siempre la solución deseable. Pero no siempre es la solución posible. El cambio no es un deporte de consenso dentro de las empresas: genera incertidumbre, saca a la gente de su área de confort y redistribuye poderes. No siempre el consenso es posible en las empresas y no por ello los cambios deben esperar infinitamente. La innovación, por ejemplo, no es un ejercicio de consenso y no hay más que ver el revuelo que produce dentro de las organizaciones cuando va en serio y altera las cadenas de valor. Un entrenador de cualquier deporte no puede hacer sus alineaciones por consenso. Mover personas, redefinir procesos, alterar intereses o equilibrios de poder por consenso es a menudo lo mismo que aceptar una vía tan lenta de cambio que impide cualquier atisbo de competitividad. El consenso requiere un tiempo que no siempre permiten los mercados. Por el contrario, situarse en el polo contrario e imponer todo desde el autoritarismo deja las organizaciones desiertas de motivación e implicación, despobladas de valores básicos. No queda más camino que el liderazgo, aportar visión, trenzar lógicas que permitan el cambio y tomar decisiones sin olvidar el puzle de intereses que están en juego. Cuando el liderazgo es débil o muestra síntomas de cansancio la apelación al consenso es lo mismo que admitir que las fuerzas internas se neutralizarán unas con otras y cualquier cambio significativo será imposible.
Si en la empresa privada el liderazgo es imprescindible, en la administración pública, universidades u hospitales es el único camino que hay. En este entorno es cuando la apelación al falso consenso (porqué los afiliados al bloqueo corporativista no van a ceder nunca) significa eternizar la toma de decisiones. Los cambios se quedan siempre en discurso y en apelación a un consenso falso porque no se basa en una voluntad compartida de cambio real. Así vemos que las universidades llevan años hablando de modificar su gobernanza pero no logran alcanzar ningún cambio significativo. Así constatamos que los planes estratégicos que generan todo el consenso la mayoría de las veces solamente ordenan tópicos. Así comprobamos que en un país con 4 millones de parados, se habla de la reforma laboral con tantos eufemismos que siempre queda en nada. Así constatamos que a las instituciones les encanta abrazar el discurso de la innovación siempre y cuando sea para no aplicárselo porqué esto supondría alterar demasiados statu quo. Es en el entorno público dónde el liderazgo se hace más imprescindible que nunca para superar esas nebulosas de consenso que simplemente son sofisticada resistencia al cambio. Se requieren líderes muy tenaces, muy convencidos para impulsar cambios que se fundamenten, más que en consensos imposibles, en coaliciones ganadoras. Cambios que avancen incorporando en forma de mancha de aceite a personas y grupos que entienden que existe una nueva lógica posible de actuar y conseguir resultados. Líderes con coraje y con talento para superar el bloqueo corporativista que apela siempre a un consenso trucado.
Liderar significa convencer, tanto en la empresa como en las instituciones. Convencer a los más posibles, en todo caso, convencer a los suficientes como para que el cambio significativo sea posible.
Prefiero atender a líderes que no lo fían todo al consenso.

( La imagen es un detalle de Jacopo Bassano)