El término “cementerio de elefantes” aparece más temprano que tarde cuando se habla de grandes organizaciones. No se trata de una patología exclusiva de las administraciones públicas, hay grandes empresas que se parecen increíblemente a los peores tópicos de organizaciones muy burocratizadas. Pero es cierto que en las administraciones públicas existe una cierta tendencia en ocupar en funciones innecesarias a determinadas personas. Es habitual encontrar gente que, a menudo, después de ocupar responsabilidades, pasan a tener funciones difusas, encajes difíciles de explicar en los organigramas, objetivos etéreos o simplemente despacho dónde no molestar leyendo el periódico. Y es que hay una ortodoxia que se reproduce invariablemente desde siempre: en la administración pública no se despide a nadie. El presupuesto público lo aguanta todo, igual que el presupuesto de grandes empresas esconde, a veces, todo tipo de ineficiencias mientras los resultados son positivos. La denominación “cementerio de elefantes” es cruel, pero inexacta. Los elefantes se dirigen a su última morada al final de su vida, pero hay muchos cementerios de elefantes de gente que tiene todavía mucha vida profesional por delante.
La tipología es bien diversa. A veces se trata de buenos profesionales arrinconados por desconfianza política (lo inexplicable es por qué si son buenos profesionales no se van y aceptan esta humillación?????), en otros casos son gente que ha crecido en un sistema que no es precisamente meritocrático y que pasan a inflaccionar innecesariamente los equipos de dirección. Algunas veces, incluso logran que se creen departamentos enteros que no son necesarios pero que justifican el mantener determinadas personas en las instituciones. El factor político no es menor pero no es único. Otros son gente sin ningún ánimo profesional, que simplemente entiende el valor que la organización les debe aportar pero nunca se preguntan qué deben hacer ellos para aportar valor a su organización.
Perdonad mi ingenuidad. ¿Por qué motivo gente que ha tenido una carrera profesional seria en una empresa privada se queda sin trabajo si hay un cambio en el mercado y por qué gente que no ha sido precisamente seria puede ocupar indefinidamente un cargo profesional o de dirección en la administración a cargo del presupuesto de todos? Esta ortodoxia de que en la administración pública no se despida a nadie es profundamente nociva, especialmente para la propia administración. Se ahuyenta talento, se desmotiva a los profesionales implicados, se impiden sistemas de carrera profesional basados en la meritocracia. Cuando las propias administraciones pregonan a favor del cambio, de la innovación, del emprendimiento, del talento, nadie se siente terriblemente contradictorio cuando alimenta estos cementerios de elefantes???? Nadie tiene el valor de tomar las decisiones obvias?
Y las personas que tienen este destino, no sienten ningún estímulo para aprender y volver a ser profesionales que aportan valor, no se sienten empujados a construir su propio futuro en vez de refugiarse en el futuro que les depara una ley y una práctica más que obsoletas. Estoy convencido que no todos tienen vocación de parásito. Las mismas reglas que los protegen, los hunden en una comodidad y seguridad muy poco prestigiosa. Y los que se sientan perseguidos o agraviados que se vayan y demuestren a los demás que estaban en un error pero que no se pasen la vida quejandose y amparados por el presupuesto público. La queja infinita no les sacará de nada, solamente les proporcionará una excusa permanente para no tomar decisiones de cambio.
La administración pública está llena de buenos profesionales, de gente responsable que lo da todo, y que se desesperan ante estas situaciones. Tengo ocasión de comprobarlo muy a menudo. Son la gente que aguanta a las organizaciones públicas y que siente el peso de estas disfunciones amargamente. Los buenos profesionales públicos no merecen esto. Estamos en el siglo XXI no en el XIX.
La tipología es bien diversa. A veces se trata de buenos profesionales arrinconados por desconfianza política (lo inexplicable es por qué si son buenos profesionales no se van y aceptan esta humillación?????), en otros casos son gente que ha crecido en un sistema que no es precisamente meritocrático y que pasan a inflaccionar innecesariamente los equipos de dirección. Algunas veces, incluso logran que se creen departamentos enteros que no son necesarios pero que justifican el mantener determinadas personas en las instituciones. El factor político no es menor pero no es único. Otros son gente sin ningún ánimo profesional, que simplemente entiende el valor que la organización les debe aportar pero nunca se preguntan qué deben hacer ellos para aportar valor a su organización.
Perdonad mi ingenuidad. ¿Por qué motivo gente que ha tenido una carrera profesional seria en una empresa privada se queda sin trabajo si hay un cambio en el mercado y por qué gente que no ha sido precisamente seria puede ocupar indefinidamente un cargo profesional o de dirección en la administración a cargo del presupuesto de todos? Esta ortodoxia de que en la administración pública no se despida a nadie es profundamente nociva, especialmente para la propia administración. Se ahuyenta talento, se desmotiva a los profesionales implicados, se impiden sistemas de carrera profesional basados en la meritocracia. Cuando las propias administraciones pregonan a favor del cambio, de la innovación, del emprendimiento, del talento, nadie se siente terriblemente contradictorio cuando alimenta estos cementerios de elefantes???? Nadie tiene el valor de tomar las decisiones obvias?
Y las personas que tienen este destino, no sienten ningún estímulo para aprender y volver a ser profesionales que aportan valor, no se sienten empujados a construir su propio futuro en vez de refugiarse en el futuro que les depara una ley y una práctica más que obsoletas. Estoy convencido que no todos tienen vocación de parásito. Las mismas reglas que los protegen, los hunden en una comodidad y seguridad muy poco prestigiosa. Y los que se sientan perseguidos o agraviados que se vayan y demuestren a los demás que estaban en un error pero que no se pasen la vida quejandose y amparados por el presupuesto público. La queja infinita no les sacará de nada, solamente les proporcionará una excusa permanente para no tomar decisiones de cambio.
La administración pública está llena de buenos profesionales, de gente responsable que lo da todo, y que se desesperan ante estas situaciones. Tengo ocasión de comprobarlo muy a menudo. Son la gente que aguanta a las organizaciones públicas y que siente el peso de estas disfunciones amargamente. Los buenos profesionales públicos no merecen esto. Estamos en el siglo XXI no en el XIX.
(La imagen es de B. Van Bassen)