Vivimos tiempos difíciles y eso encaja poco con nuestra inercia de generaciones acomodadas. Nos cuesta construir, otra vez, desde el esfuerzo, desde la tenacidad, volver a arriesgar. De golpe, regresamos a nuestros esfuerzos primeros, o a los de nuestras generaciones pasadas. El esfuerzo es otra vez hilo conductor de nuestro relato y eso supone una criba natural brutal entre gente que ya daba por descontado que su relato sería para siempre el de un éxito cómodo. Si de esta crisis recuperamos el valor del esfuerzo, si definimos una mayor capacidad social de riesgo para innovar, de tolerancia al fracaso, de reconocimiento profundo que a los que construyen y crean y de desprecio profundo a los que solamente saben destruir y criticar, estaremos preparados para vivir un relato potente, nuevo, ambicioso. La alternativa es un relato de decadencia y de queja infinita. Y a mí no me gustan los que tienen la queja como relato.
(La imagen es de Vermeer, otra vez)