Se ha escrito mucho de la relación público privada. La administración quiere promover económicamente los territorios y aboga por la creación de empresas. Para crear empresas promueve el emprendimiento dando ayudas económicas, fundando viveros y ofreciendo formación. El resultado casi siempre es el mismo: se crean muchas pequeñas empresas y autoocupación. No hay problema si se da un poco de dinero público a muchos, en forma de aspersión, y como lo que nacen son microempresas no hay contradicción, se usa dinero público para crear pequeña empresa. El impacto en el desarrollo es relativo y muy disperso. Se invierte mucho dinero, se dispersa y con él se dispersan las posibles contradicciones o los favoritismos. Todo es menor. Hay una excepción, cuando llega la crisis y se trata de salvar puestos de trabajo, entonces se encuentra la fórmula de salvar empresas con ayudas indirectas tan importantes como haga falta. (Y no lo critico excepto cuando se ayuda a empresas zombies). Las dos cosas están hechas desde el compromiso con el desarrollo. No lo pongo en duda, conozco muchos de estos responsables de políticas públicas y son gente honesta que busca sinceramente el desarrollo de sus ciudades y regiones. No tengo duda. Pero me pregunto, ¿no sería interesante también pensar en formas de emprendeduría de impacto, es decir, no sería bueno impulsar proyectos empresariales de dimensión desde políticas públicas? Ya sé que eso significaría que se impulsa el desarrollo territorial favoreciendo a emprendedores que también deben arriesgar notablemente si quieren liderar proyectos de dimensión e impacto. ¿Por qué ayudar sustancialmente solamente a posteriori y no hacerlo también a priori si los proyectos son solventes y suficientemente transparentes? Nuestras políticas públicas, cargadas de buenas intenciones, se quedan a menudo a medio camino. No hablo de ayudar a gente que especula, a gente que no tiene sentido social de la empresa, pero hay muchos emprendedores que sin renunciar a su ADN empresarial creo que podrían impulsar proyectos con gran impacto de desarrollo. Lo más importante sería que estos proyectos no nacieran porqué haya ayudas de la administración, como pasa con los CENIT, sino que determinados proyectos empresariales, ya en marcha o latentes, tengan una musculatura que no tendrían gracias a ayudas públicas significativas. Cada vez hay más directivos públicos que lo entienden así, son gente honesta que analiza los resultados y ven que con los caminos tradicionales solo se obtienen respuestas menores. Si se invierte mucho dinero entre muchos y no se logra impacto no hay problema. Si se concentra el riesgo y se hacen apuestas de impacto, entonces el fracaso es un problema y el éxito también. Hay que repensar este punto de las relaciones público – privadas. No soy ingenuo, hay que poner límites a las ayudas y hay que gestionar la transparencia, pero si olvidamos los resultados, no vamos a ninguna parte. Deberíamos poder experimentar formas de emprendeduría orientadas a crear grandes proyectos aunque implicara más riesgo, tanto del emprendedor que lo lidera como de la administración que asume el riesgo de hacer apuestas significativas. Hay una cosa que queda clara: querer limitar el riesgo en el proceso emprendedor solamente lleva a pequeños proyectos, a empresas pusilánimes. Nos falta atrevimiento. Como empresarios deberíamos pensar en grande y desde la administración reflexionar sobre cómo ayudar a los que se atreven a pensar y emprender en grande. Este binomio de lo pequeño nos ha acostumbrado a pensar en pequeño y al final seremos un país pequeño.
(La imagen es de Hubert Robert)