La dureza de la crisis es incontestable mientras los pronósticos agoreros avanzan por doquier. Es evidente que 2009 es un año de inercia en términos presupuestarios y que 2010 será el primer año de presupuestos públicos y privados realmente ajustados a la crisis.
En España, se constata lo difícil que es avanzar sin el motor inmobiliario y con el motor turístico al ralentí. Por ejemplo, muchos ayuntamientos se dan cuentan que el problema de verdad lo tienen en los ingresos y no solamente en los gastos. Las inversiones en nuevos espacios ya no surgen de las cesiones obligatorias de los lanes parciales de promoción privada y los ingresos asociados a la actividad inmobiliaria caen en picado. Y lo mismo es aplicable en general a toda la administración.
¿se imponen simplemente recortes más o menos salvajes o se impone otra cultura de gestión adecuada a la nueva situación? ¿hay que hacer las cosas igual y limitar proporcionalmente nuestro rendimiento o hay que convertir los recortes en un reto de innovación para conseguir mayor rendimiento con menos ingresos? Inercia o innovación? Esta es la cuestión.
La innovación requiere liderazgo para involucrar a las personas de la organización en el reto de desafiar la crisis. La inercia solamente requiere elasticidad del déficit y esperar a ver la magnitud de la catástrofe.
La presión del mercado empujará muchas empresas a la innovación, pero ¿y en la adminsitración? La crisis va a ser una gran oportunidad para introducir la cultura de la innovación en una administración que, por dura que sea la crisis, es inelástica en su estructura (no va a despedir a nadie) pero no en sus ingresos. Una administración con una caída de ingresos radical y en el limite del déficit, con las mismas estructuras de presupuestos boyantes y sin innovación, sería un reducto de ineficiencia insoportable. La apuesta por la innovación es una oportunidad y, seguramente, un imperativo.
(La imagen es de la Calumnia de Apeles de Botticelli).