Las manifestaciones anti – Bolonia son en realidad muy poco anti – Bolonia, sostienen argumentarios poco sólidos contra el nuevo Espacio Europeo de Educación Superior. Más bien parecen un brote con tintes de revuelta que reclama una universidad alejada de la empresa hasta ridículas paranoias privatizadoras (fotocopias, comedores, etc), en la que a menudo la mediocridad se justifica por la necesidad de compaginar trabajo y estudios (extremo que conozco muy bien porqué compaginé trabajo y estudio durante toda mi carrera). Es esa imagen de la universidad que básicamente debería servir para formar a personas muy críticas que cuestionarían el sistema y lo cambiarían. Hasta aquí nada nuevo. Pero, más allá de la simpatía que se debe atribuir a casi cualquier movimiento joven, este movimiento ha presentado unos tintes de intransigencia y violencia que no son para tomar a broma y que paralizan la vida de la universidad pública y influyen en el posicionamiento de sus órganos de gobierno, a veces su intrasigencia llega incluso a impedir el funcionamiento normal y democrático de sus órganos de gobierno. La mayoría de estudiantes se los mira con indiferencia, compartan o no algunos de sus postulados, pero por suerte, con su distancia evidencian no compartir esas formas intransigentes que tanto dañan a esa universidad pública con la que se llenan la boca.
Porque la realidad es muy otra. La realidad es que la universidad española necesita todo lo contrario y hay que decirlo en voz alta. Necesita poner en valor su conocimiento, llevarlo más allá de las publicaciones científicas, convertirlo en innovación a través de la colaboración con las empresas. Este el camino de todas las universidades serias del mundo, públicas y privadas. Y la universidad española está muy lejos de estar dónde debería estar en este ámbito y no debe encerrarse provinciamente en sí misma. No hace falta menos empresa en la universidad, al contrario, debemos aprender a convertir conocimiento en PIB si realmente queremos encontrar una salida a nuestro modelo de bienestar. Y para evitar posibles distorsiones entre el mundo de la universidad y la empresa deben funcionar los correspondientes comités de ética que hace tiempo que funcionan en las universidades líderees. Mucho me temo que ahora todo será más complicado otra vez en las relaciones universidad – empresa y que otra vez el fariseísmo al respecto va a imperar en algunos equipos de dirección universitaria y hasta quizás en algunos responsables políticos de mirada cortoplazista. No perdamos el norte, necesitamos valorizar nuestra ciencia, transferir conocimiento, hacia la sociedad y hacia las empresas que son las que crean riqueza. Todo lo demás es volver a un pasado trasnochado y que nos aboca a la irrelevancia como país. En realidad, algunas propuestas que oigo estos días bajo el manto anti – Bolonia suenan muy antiguas, muy poco modernas ni que las pronuncien jóvenes de estética antisistema. Reformar la gobernanza de las universidades es ya improrrogable, entre otras cosas para generar un nuevo modelo de relaciones universidad – empresa realmente eficiente en ambas direcciones.
La crisis actual incidirá en el futuro de muchas universidades porque retrasará la maduración de nuevos modelos de gobernanza más orientados a talento, a una internacionalización real de su comunidad, a proclamar sin tapujos que lo que quieren es lo mejores estudiantes, a definir másters de calidad internacional para tener prestigio y figurar en las correspondientes evaluaciones internacionales, a la valorización del conocimiento sistemáticamente, a la maduración de grandes proyectos conjuntos con otras universidades, administraciones o empresas. La crisis actual me temo que frenará, otra vez, reformas que son urgentes y impedirá que algunas universidades den pasos hacia la excelencia.
El mapa universitario dentro de unos años se configurará en dos grandes grupos de universidades (en España básicamente públicas). Las que se convertirán en universidades de proximidad básicamente orientadas a docencia y con poca capacidad de atraer talento internacional y una base de investigación orientada a publicaciones más o menos relevantes y otras universidades realmente basadas en talento internacional, en investigación que se valoriza y en másters de prestigio. Las primeras tendrá una función social, las segundas tendrán liderazgo social y económico. La crisis actual pondrá innecesariamente en el primer pelotón a universidades que el país necesita que estuvieran en el segundo, mucho más reducido y con una gobernanza orientada a resultados y unas formas orientadas a procesos de decisión basados en visiones poderosas y relevantes.
Lo curioso es que, en el mismo momento que algunos consejeros de gobiernos autónomos, que lo son a la vez de univesidad y empresa, emplean sus mayores esfuerzos en mantener el tejido empresarial ante la crisis económica, intentado evitar que cierren empresas, a la vez deben escuchar discursos puristas sobre la amenaza privatizora hacia unas universidades gobernadas por intereses empresariales al albur de las protestas anti – Bolonia. Es decir, intentan salvar unas empresas que luego serán acusadas de querer dominar las universidades con sus espúreos intereses. La contradicción que viven en primera persona no deja de ser la contradicción del país.
¿Cómo se sale de esto? Alternando diálogo con un fuerte liderazgo (visión) y diálogo con decisiones valientes y urgentes en gobiernos y universidades. Lo que está en juego es demasiado serio para el futuro del país cómo para parar otra vez los motores del cambio.