Volver al Palacio de la Magdalena en Santander es volver al recuerdo de Ernest Lluch. La ambilidad de los responsables de la UIMP me permite hacerme con algunos libros de Lluch y aprovecho el viaje de vuelta para leer sus últimos artículos. Me sorprendre, porqué su muerte es muy reciente pero el tiempo pasa muy rápidamente, cómo dedicó buena parte de sus últimos escritos en La Vanguardia a analizar el gap entre Europa y Estados Unidos en productividad, y cómo alertaba sobre el estancamiento de la productividad cómo uno de los peores indicadores de la economía europea y española. Joan Trullén, el discípulo que tanto hace por mantener el legado de Ernest Lluch, recuerda bien que Lluch era un economista que creía en la industria, es decir, alguien que no se dejaba deslumbrar fácilmente por las nuevas tecnologías. Pero en sus últimos escritos su diagnóstico lúcido nos pervive plenamente: Europa vive estancanda en una productividad que no crece y no es capaz de tomar la senda decidida de la innovación, repite constantamente para el caso español que » el nivel de vida español es el 80 por ciento del Europeo, pero que nuestras inversiones en investigación básica y aplicada no llega al 35 por ciento. Esta diferencia es la que nos tenemos que meter en la cabeza si queremos progresar establemente». (sept. 2000)
Más allá de esta nota económica el recuerdo de Lluch es tan poliédrico que volver a él siempre será fuente de inspiración intelectual y de dignidad ciudadana.