Este filósofo que los utópicos reclamaban como socialista y los liberales retenían como liberal, es para mí, uno de los pensadores de mayor inspiración. Releyendo sus «Principios de Economía Política» (1848) me doy cuenta de la vigencia de sus reflexiones sobre el talento, eso que ahora está tan de moda. En su caso da por descontado que el Estado no debe sumar toda la inteligencia (talento) y desproteger así a la sociedad de un valor esencial para el progreso. Desgraciadamente no podemos decir hoy lo mismo, más bien suspiramos para qué la política y la administración pública acumule más talento y no entre en una espiral infinita de mediocridad. En cualquier caso me impresiona su rotundo liberalismo al estimular la sociedad a no dejar todo en manos del gobierno:
«Un pueblo que carece de la acción espontánea por los intereses colectivos, que tiene la costumbre de mirar hacia su gobierno para que le ordene lo que tiene que hacer en todas aquellas materias de interés común, que espera que se lo den todo hecho, excepto aquello que puede ser objeto de simple hábito o rutina, un pueblo así tiene sus facultades a medio desarrollar, su educación es defectuosa en una de sus ramas más importantes»
Necesitamos gente que critique pero debemos valorar más socialmente a la gente que emprende y que arriesga, porqué son los que no se conforman a esperar que el gobierno les de las cosas hechas, son los que reclaman menos queja y más iniciativa, menos describir hasta la saciedad dónde estamos y más hacer algo real para mejorar el posicionamiento. Nos falta gente con el espíritu de Stuart Mill. Las sociedades dependientes con poca capacidad emprendedora y liderazgos menores son pulsilánimes y tienden al puro victimismo.