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Militar en la liga de los que se quejan poco

11/05/2008

Mi madre trabajaba en una empresa textil en los años cincuenta del siglo XX como urdidora en Terrassa. El trabajo la obligaba a estar todo el día de pie cuidando unos hilos que ordenadamente debían dipositarse cilíndricamente en los plegadores. Su horario era de las 5,45 de la mañana hasta las 6,30 de la tarde. Al mediodía descansaba dos horas que aprovechaba para comer en casa. Cuando por la tarde terminaba en la fábrica se iba a hacer horas extras de 7 a 10 de la noche a otra empresa. Trabajaba el sábado por la mañana como hacían todos pero el sábado por la tarde y los domingos por la mañana volvía a hacer horas extras. El domingo por la tarde mi abuela le recomendaba que era mejor ir al baile que ir al cine. En el baile, las chicas no pagaban y en el cine había que pagar entrada. Mi madre no recuerda aquellos años como una heroicidad, ni con ninguna queja, al contrario, los recuerda como sus años más felices. Algunas noches entresemana todavía se apuntaba a los bailes de los gremios de la ciudad. Este recuerdo aumenta más su sonrisa de felicidad rememorada.
Creo que hay mucha gente que se queja demasiado. Lo importante en la vida es tener proyecto, disfrutar desplegándolo y acompañarlo de un relato potente, un relato que convence a uno mismo cuando ve que convence a los demás. Hay gente que se empeña en tener como todo relato la queja y un victimismo muy pesado. Me refiero, obviamente, a la dimensión profesional de la vida. La gente que empuja grandes proyectos públicos o empresariales no acostumbran a ser pusilánimes, trabajan sin alardear de las horas que dedican, aguantan la presión atareada de ganar y la presión amarga de perder. No piensan sistemáticamente que las cosas que no salen son simplemente culpa de los demás.
Me sorprende lo mucho que me identifico con las páginas que Jack (& Suzy) Welch en Winning (Ed. Vergara, 2005) dedican a las dificultades profesionales. Es un libro muy desigual pero tiene algún capítulo y alguna frase impagables como por ejemplo: “en el mundo hay necios, algunos de ellos acaban siendo jefes”. Me gusta esta actitud que emana Welch de una cierta resilencia ante las dificultades (como tener malos jefes), me gusta esta actitud de no romper la baraja a la primera de cambio pero tampoco aguantar situaciones profesionales que lo único que garantizan es un relato victimista para el resto de los días. Afrontar situaciones duras requiere esfuerzo y un cierto sentido prospectivo de la vida. Si no hay salida, hay que buscar otro camino (organización, empresa, institución) pero nunca hacer de la queja constante nuestro proyecto profesional.
Creo que es bueno militar en la liga de los que se quejan poco y creo que no es bueno militar en las filas de cualquier victimismo persistente.
Pienso que los que se quejan demasiado aportan un valor limitado.
Si no nos salen bien las cosas, hay que volver a intentarlo, aprender y, volver a intentarlo. A veces es duro, pero es el camino para ganar. Y a veces, hay que ganar.
(Post dedicado a mis estimados alumnos de IDEC, en esta semana en que empezamos las sesiones sobre liderazgo).